¿Qué les queda a los jóvenes? – Pablo Llaneza

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A menudo se tiende a usar a la juventud como si del mismísimo gato de Shrödinguer se tratase. Se habla de la importancia de la juventud, del futuro de los jóvenes, de los jóvenes como eje del progreso social y del mañana, mientras que, a la hora de la verdad, los jóvenes tienen que enfrentarse a los mismos problemas una y otra vez sin soluciones reales que garanticen la libre elección de oportunidades para su destino. 

Conviene traer al caso aquella frase de César Bona, reconocido como el mejor maestro de España, cuando respondía al ser preguntado acerca de los niños: «los niños no son los ciudadanos del mañana, son los ciudadanos del ahora«.

El tema de la juventud siempre ha tenido detractores, las generaciones previas siempre se han visto desde una perspectiva superior a las de sus jóvenes; cualquier tiempo pasado fue mejor.

Esto no es algo exclusivo de nuestros días, de hecho, fue uno de los motivos que condenaron a muerte a Sócrates: el poder de cambio de los jóvenes con respecto a los valores morales de la sociedad.  Sócrates decía que no era cuestión tanto de vivir como de vivir bien, entendiendo vivir bien como un conjunto de valores morales de honestidad y lealtad a las leyes. Claro está que en lo contendiente a las leyes siempre nos encontremos con la diatriba socrática: ¿las leyes son buenas porque las hacen los dioses o porque las hacen los dioses las leyes son buenas?

Dentro de las normas destinadas a la juventud, podríamos plantearnos si el Legislativo hace las normas con el fin de potenciar la juventud o de troquelar a los propios jóvenes a los valores preestablecidos. Recordemos, volviendo al filósofo, que los pecados que se le inculparon fueron introducir nuevos “daimones” y corromper a unos jóvenes que, desde un prisma contemporáneo, conseguían la libertad a través de la sabiduría. 

Aunque pueda resultar chocante, y pese a que Alfred North Whitehead ya nos advertía con aquello de: «toda la filosofía occidental es una serie de notas a pie de página de la filosofía platónica»; esto sigue pasando en unas sociedades contemporáneas donde, por ejemplo, los jóvenes son vistos como un potencial problema a perimetrar desde el principio.

Sin embargo, siempre habrá personas con amplitud de miras y sin miedo a la juventud, capaces de inspirar valores de crecimiento del alma, que defiendan hasta la extenuación a sus jóvenes. Aunque por esa misma defensa acaben siendo sentenciados. Melismas aparte, y en resumen, como escribió Benedetti: «¿qué les queda a los jóvenes?”.

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