Me duele reconocerlo, pero España siempre ha sido territorio hostil. Y en lo político, más si cabe. Llevamos a cuestas siglos de continua guerra civil, fanatismo y exaltación, cuando no de los hunos de los hotros, que han acabado por dejar la nación al borde del precipicio -proceso de autodestrucción que se ha acentuado especialmente en las últimas décadas-. Quien eche un vistazo a nuestra historia reciente podrá comprobar la facilidad que tenemos para echar a perder, siempre entre goyescos garrotazos, todo proyecto destinado a convertir la nuestra en una nación más próspera, moderna y libre.
Sin embargo, no todo iba a ser malo. Cada vez que el fragor del garrote se intensifica, y esto es otra constante histórica, emergen unas pocas figuras heroicas, casi clavos ardiendo a los que agarrarse, que plantean la necesidad de acabar con las divisiones, cimentar nuestros derechos y libertades y construir un futuro para España alejado de las trincheras. Y tarde o temprano se topan, no lo duden, con la alianza de las dos viejas Españas, que no vacilan en ponerse de acuerdo para enterrar toda voz discordante que amenace su eterna lucha.
Quizá a las generaciones más jóvenes -que son las grandes víctimas de todo esto- no les suenen nombres como Campoamor, Chaves Nogales, Unamuno o Suárez, y desconozcan que todos ellos renegaron del enfrentamiento, abogaron por una tercera España y, como siempre, acabaron traicionados por la misma. Son muchos y trágicos los antecedentes que nos llevan, en fin, a cuestionarnos una vez más si es el nuestro un país para una tercera visión de las cosas.
Un amigo -portugués, por cierto- solía decirme sorprendido que “en España la izquierda no es izquierda y la derecha no es derecha”. Y no le faltaba razón.
La izquierda española representa a día de hoy todo lo contrario a lo que debería defender -se ha lanzado en brazos del nacionalismo, ha abandonado la defensa de la igualdad de los ciudadanos y ha virado de la socialdemocracia al extremismo-.
La otra cara de la moneda es una derecha que, no contenta con haber subastado la España que llevaba por bandera, se ha mostrado casi siempre acomplejada, en ocasiones para redimirse de su pasado y en otras por cobardía frente al adversario político, con el inevitable desenlace que ello ha conllevado: la irrupción de Vox.
De aquellos polvos, unos lodos poco sanos para cualquier democracia liberal. Extrema izquierda y extrema derecha campan cada vez con mayor comodidad en una España carne de populismo, cosa que poco o nada parece importar a los dos viejos partidos que, cuando no se han apoyado en ellas, las han alimentado con fines electorales. Y mientras tanto, y esto es aún más preocupante si cabe, el centro político liberal se ve envuelto en serios problemas -una vez más- y el régimen constitucional que nos dimos en el 78 empieza a amenazar con venirse abajo.
Remediar esta situación nos exhorta a plantearnos dos cuestiones, una es cómo y otra quién. A la primera podemos responder que España requiere más que nunca una tercera vía liberal, reformista, patriótica y de concordia.
Uno de esos clavos ardiendo a los que agarrarse en momentos de trinchera. Hasta ahí fácil, pero con la segunda se complica la cosa. La solución parece apuntar a partidos como Ciudadanos, que concienzudamente viene insistiendo en los últimos tiempos en articular una España para todos y hasta ha conseguido que el Congreso apruebe estudiar a Chaves Nogales en las aulas, que no es poco; sin embargo, a los de Arrimadas no les terminan de salir los planes. Cuanto más se tensa la cuerda por los extremos, más sufre el centro, con el añadido de algún que otro error propio.
El futuro del partido no me preocupa porque siempre habrá gente perteneciente a esa Tercera España dispuesta a apoyarlo, votarlo o, en el peor de los casos, refundarlo. Me preocupa el tiempo. Creo que España necesita urgentemente un giro de timón o nos iremos al garete. Al garete o, si alguien se harta de esta España y lo prefiere, a Portugal, a visitar a mi amigo. Que aunque pueda ser un país más pequeño o más pobre, por lo menos no andan a garrotazo limpio como aquí. Pero de asuntos portugueses ya hablaremos en otra ocasión.